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Desmotivación do profesorado e Anomia social

Desmotivación do profesorado e Anomia social

El año 2005 fue declarado “año de la ciudadanía”; con este motivo la facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Santiago de Compostela ha organizado una serie de actividades para los días 10 y 25 de noviembre y 15 de diciembre. La primera de ellas se ha celebrado esta mañana y ha consistido en una conferencia ofrecida por el Profesor Jurjo Torres, Catedrático de la Universidad de A Coruña, que llevaba por título: Desmotivación do profesorado e Anomia social . He recogido algunas de las ideas presentadas en ella, puntos de interés para mí como futura formadora, así que aquí las dejo para aquellos que no hayan asistido y quieran leerlas.
En la conferencia se nos comenzó recordando que la educación para la ciudadanía nos compromete a todos, y no debemos pasar por alto el hecho de que el ser ciudadano es el máximo estado de desarrollo social; el ciudadano es sujeto no sólo de derechos, sino también de deberes: tenemos libertades garantizadas, pero también responsabilidades compartidas. Hace años, la “Formación de espíritu ciudadano” era materia de estudio. Algo que hay que tener muy en cuenta es que el profesor trabaja con lo que es mucho más por encima de trabajar con lo que tiene.
Siempre que se revisa la historia sale la palabra “crisis”, y el asumir eso es lo mejor que podemos hacer ya que supone que intentamos hacer algo para cambiar la situación. Existe cierto desconcierto; estamos en un proceso de cambio continuo y ahora más con los nuevos medios tecnológicos, con la nueva sociedad de la información que nos adentra en un momento de desequilibrio. El sistema educativo está en “crisis” y esto genera cierto desconcierto. En la asignatura de Geografía se nos decía: “España limita la norte con Francia, al oeste con Portugal,…”. Colocábamos fronteras y nos circunscribíamos a eso; era una concepción etnocéntrica de la escuela, que imponía un determinado modelo político, educativo, social,… Es un sistema educativo colonialista, racista, que avergüenza y desconcierta a muchos, desmotiva y desmoraliza a gran parte del profesorado.
Hay varias razones para explicar este desconcierto, esta desmotivación y desmoralización del profesorado:
1. Falta de comprensión del sentido de los sistemas educativos y de los centros escolares.
¿La asistencia debe o no debe ser obligatoria? ¿Por qué se coloca como obligatoria la institución educativa? Para comprender esto, debemos comprender nuestra sociedad, ya que la institución educativa tiene como objetivo dos puntos:
a) enseñarnos a convivir: hacernos ciudadanos sin diferencias de género, raza, religión, clase social,… Pero siempre han existido distintos tipos de centros que fragmentan a la sociedad (colegios femeninos/masculinos, la LOGSE diferencia entre centros concertados o públicos/privados/de educación especial, etc.).
b) enseñarnos a ser reflexivos, a analizar y criticar la información que recibimos. Dentro de este marco no nos ponemos de acuerdo par definir el tipo de sociedad en la que vivimos. La información es importante, porque conlleva una serie de riesgos: pánicos que se generan sin fundamentos (gripe aviar), capitalismo cibernético, información que tienen las empresas sobre nosotros, control general que se tiene sobre cada uno de nosotros,…
Se dice que vivimos en el tiempo de la “posmodernidad”; los valores, los referentes en los que nos estábamos apoyando cambian, y si no sabemos qué es lo relevante de nuestra cultura, ¿qué función tiene la escuela? ¿qué les enseñamos a los niños?

2. La formación inicial del profesorado es deficitaria.
La mayoría de los maestros que están impartiendo clases terminó su proceso formativo a los 17 años; y hoy en día aumenta solamente en 3 años. Existen grandes lagunas formativas, sobre todo lagunas culturales: nos centramos en la formación psicopedagógica (que es muy importante) porque hay gente que piensa que el formador de niños pequeños no necesita “saber”, tener conocimientos culturales amplios, lo cual es un grave error. Cuanto más sepa uno, mejor sabrá educar.

3. Las políticas de actualización del profesorado son penosas.
Si aún por encima el volumen de crecimiento del conocimiento en la actualidad es rápido, la actualización es mucho más importante. Pero, desgraciadamente, para muchos la política de actualización es la política de los sexenios, de ir a firmar un papel y tener por ello una compensación económica.

4. Concepción tecnocrática de lo que debe ser el trabajo educativo en las aulas (como consecuencia de los puntos 2 y 3).
Palabras que hace poco estaban en boca del profesorado ya han desaparecido: justicia social, justicia curricular, clases sociales, igualdad, cooperación, sumisión,… Ha entrado otro tipo de lenguaje aparentemente más especializado: PEC, PCC, contenidos, actitudes, objetivos,… En la medida en que desaparece ese lenguaje político se oscurece la finalidad del sistema educativo. Entra desgraciadamente otro concepto: la “cultura del esfuerzo”; la culpa del fallo del sistema educativo es que los estudiantes no tienen adquirida esta cultura del esfuerzo, cuando antes el concepto que importaba era la “cultura de la motivación”. La cultura del esfuerzo implica la selectividad, oculta algo peligroso, una falsedad: que vivimos en una sociedad con igualdad de oportunidades. La historia de la educación no se ha preocupado mucho del esfuerzo, sino de la motivación: ¿qué tenemos que hacer para que el trabajo del estudiante sea relevante, sea significativo? Sólo después de tener esto en cuenta es cuando debemos atender al tema del esfuerzo.

5. Existencia de un currículum obligatorio (DCB) excesivamente recargado de contenidos a los que, aún por encima, llaman “contenidos mínimos”.
La preocupación por los contenidos desaparece de la mente del profesorado y nos centramos solamente en la función metodológica, en las cuestiones disciplinares (aunque tampoco eso: desde que se utiliza exclusivamente el libro de texto, la metodología viene dada por el mismo). ¿Por qué son tan urgentes esos contenidos?

6. Peso de las iniciativas de la Administración de tipo burocrático.
Las iniciativas de tipo burocrático no son obligatorias para las escuelas, solamente como documento formal. Existen cada vez más actividades burocráticas dentro de los horarios del profesorado, lo que supone que se centran menos en su verdadera labor.

7. Falta de servicios de apoyo y desprotección desde los servicios de inspección escolar.
El profesor no tiene una red de apoyo de la que echar mano, pero cuanto peor funcione la red pública, más favorecemos a la privada, y esto ahorra gastos al Estado.

8. Ausencia de una cultura democrática en la vida de la escuela.
No se pueden aprender valores democráticos en la escuela cuando las estructuras son totalmente arbitrarias y jerárquicas. Es un error pensar que la escuela está para convertir a los alumnos en ciudadanos: ellos ya son ciudadanos, ya tienen reconocidos sus derechos. La libertad de cátedra está reconocida, pero ésta hace referencia al estado, no a la persona; el alumnado debe tener libertad de pensamiento, y para eso el profesor tiene que cambiar sus prácticas de adoctrinamiento. Dentro de esa cultura democrática que debe fomentar el sistema educativo se tiene que tener en cuenta la variedad del alumnado y de las condiciones.

9. Evaluación del alumnado.
Los indicadores de conocimientos del alumnado sólo detectan a dónde deben llegar los estudiantes, pero no tienen en cuenta de dónde salen. Los colegios públicos, con estos estudios, salen siempre perjudicados, y por lo tanto sólo favorecen a los privados, que alcanzan los primeros puestos. La política de los indicadores sólo lleva a los ciudadanos a llevar a sus hijos a los centros privados. Hay muchos controles externos en nuestra institución educativa, sin embargo se desatiende el autocontrol, que es muy importante.

10. El profesorado tiene problemas importantes para relacionarse con el alumnado y con las familias.
La mayor parte del profesorado está formado en la cultura patriarcal; sin embargo, el alumnado está formado en la democracia. Por esta diferencia surgen conflictos y violencia, ya que los alumnos detectan que el profesorado no se da relacionado con ellos y no los comprenden. El sistema educativo necesita implicar a las familias en el proceso educativo de los alumnos, y no debe esperar a que vengan, sino ir a buscarlas.

11. Existencia de un clima social y político que responsabiliza al profesorado de todo lo que ocurre en el sistema educativo.
Los profesores son autónomos si tienen formación, recursos y si no tienen un método que coaccione la libertad del profesor. Pero el profesor tiene tan poca autonomía que hasta se ve insultado: las editoriales crean libros para los alumnos y libros con respuestas para el profesorado, como si no supiera contestar a las preguntas.

12. Vivimos en una cultura escéptica, superficial, banal.
Los medios están propagando un mundo de valores contrario a los que propugna la escuela. Hasta hace poco creíamos que había una “cultura de adolescentes” que faltaba al respeto a los adultos; pero por encima tenemos hoy en día la “cultura de la infancia”, en la que el profesor, así como los padres, están perdidos, no los comprende. Esos niños del sistema educativo perciben al adulto como esa persona que no los entiende; las nuevas tecnologías que emplean los adolescentes y las culturas infantiles son ignoradas por los adultos, que tampoco se preocupan por entenderlas.

13. Fuerte peso de los estereotipos mercantilistas que presentan las iniciativas privadas como las únicas que merecen la pena.
Se buscan los intereses privados de algunos.

14. Falta de incentivos del profesorado.
No hay un servicio de asesoramiento que incentive al profesorado, lo que dificulta las iniciativas del profesorado más innovador.

15. Continua ampliación de funciones que se le encomiendan a las instituciones escolares.

Todo esto pone patas arriba a las instituciones escolares, y comienza a crecer el movimiento de las “home-schools”: familias que consideran que pueden educar a sus hijos en casa con aprendizajes a través de Internet y con ayuda de muchas otras herramientas. Este fenómeno debería llevarnos a pensar que tenemos que revisar la estructura de la institución escolar, buscar estructuras más flexibles y coordinadas, crear jornadas más integradas,…

2 comentarios

Mariña -

Creo que la postura que adopta Jurjo Torres es un poco extrema; aunque en el debate tras la conferencia aclaró que es optimista en sus convicciones de un próximo cambio educativo, sí es cierto que pasa un poco por alto todas las tentativas de transformación (individuales y en equipo) que se llevan a cabo a diario.
Por otro lado, también hay una concepción general equivocada de los formadores de formadores; se tachan vuestras actitudes y modos de trabajar de obsoletos, se asegura que no hay un avance paralelo a la nueva sociedad de la información... Sí he tenido profesores que encajan perfectamente en esta descripción, pero muchos estáis haciendo un gran trabajo para que esto deje de ser así y lo estáis consiguiendo: como bien dices, yo soy uno de los muchos resultados de ese esfuerzo. ¡Gracias!
Otro abrazo.

Adriana -

Y tu que piensas de todo esto que ha planteado Jurjo Torres?
Creo que la realidad es variada. Tu eres un ejemplo vivo. Muchas de las cosas que ha dicho Jurjo las he escuchado de otros profesores en relación a los alumnos de magisterio (futuros profesores) y sin embargo, hay excepciones, como ves.
Un abrazo
Adriana