una tipología del profesorado de nuestras aulas de Lenguas Extranjeras
¿Quiere cambiar la mayoría de las maestras y maestros que imparten Lenguas Extranjeras hoy en día su práctica docente?
Este interrogante que vi necesario plantearme para uno de mis análisis del material de la asignatura Lingüística Aplicada a la Enseñanza de Lenguas Extranjeras (concretamente un estudio sobre el libro Fundamentos lingüísticos en la enseñanza de lenguas extranjeras, de José Manuel Vez) me llevó a hacer una clasificación de la tipología del profesorado de nuestras aulas de Lenguas Extranjeras:
Para empezar, existen aquellos docentes que reconocerían su forma de trabajar entre las líneas de las páginas del libro que cito más arriba, la verían calificada como totalmente inadecuada para las necesidades de los alumnos y, aún así, no estarían dispuestos a modificar en absoluto sus más o menos enraizadas teorías personales. Estos casos se pueden dar o bien porque son seguidores acérrimos y convencidos de la conveniencia del “back to the basis” o porque, simplemente, son personajes totalmente acríticos que se dejan llevar ciegamente por los modelos que siempre han estado ahí y a los que más cariño tienen al ser con los que han crecido. La mayoría de la sociedad los apoya, y, por lo tanto, se sienten todavía más seguros de su postura, que defenderán con uñas y dientes.
Otros muchos profesores manifiestan un gran entusiasmo hacia la conveniencia del cambio porque, o bien tienen remordimientos de conciencia ante la situación de fracaso escolar y la actitud absentista de sus alumnos, o simplemente estas circunstancias les hacen sentir frustración y fatiga. Sin embargo, paradójicamente, se sienten demasiado cómodos en sus prácticas estructuralistas de aula como para introducir verdaderas reformas que modifiquen a fondo sus prácticas, y ponen una serie de condiciones: que les den las recetas para hacerlo bien, de forma sencilla y sin poner de su parte más horas de las que ahora trabajan.
Dando un paso más allá, están aquellas maestras y maestros que intentarán hacer cambios en función de las circunstancias limitadas del aula, del material con el que cuenten, de las posibilidades que les ofrezca el centro, de la colaboración que preste el resto de sus compañeros,… y que por lo tanto acabarán siendo cambios poco significativos y nada integrados en el conjunto de sus planificaciones dadas, aunque hayan sido algo adaptadas. Considero, sin haber hecho ningún tipo de estudio al respecto, que éste es el grupo que conformaría el porcentaje más alto: están convencidos de que hay que hacer algo y saben que pueden encontrar el camino de cómo hacerlo, pero les falta el empuje suficiente, ganas fervientes por un buen hacer profesional, mayor interés por seguir indagando, y, sobre todo, tener presente en todo momento que deben poner todas sus energías en la consecución del desarrollo personal y social del alumno.
Para nuestro consuelo, queda un último y pequeñísimo grupo potencialmente en aumento: el de aquellos docentes altamente competentes que, teniendo siempre presentes a sus alumnos como punto de mira en el proceso de enseñanza-aprendizaje, tratarán de analizar con detalle cada uno de los datos de esta gran selección y ampliarán su abanico de información a través de éstas y otras fuentes antes de abrir las puertas al desarrollo de su conocimiento en la acción haciéndolo explícito. Éstos son los verdaderos profesores luchadores, totalmente entregados a cambiar sus prácticas docentes, que harán todo lo que esté en sus manos por convertirse en investigadores de su acción (“action research”) y verbalizar su conocimiento para construirlo con otros. Para ellos no hay circunstancias de aula limitadas, porque sus aulas no tienen cuatro paredes; no se encontrarán con una falta de material adecuado, porque lo crearán ellos mismos; no esperarán a que el centro les ofrezca posibilidades, porque serán ellos los que tomen la iniciativa de cambiar al centro; y no se toparán con barreras en la colaboración con sus compañeros, porque se encargarán de destruirlas dando los primeros pasos hacia una auténtica cooperación, aunque para todo esto tengan que dejarse la piel en el intento.
Esta gama de actitudes hacia lo que se nos presenta en Fundamentos lingüísticos en la enseñanza de lenguas extranjeras es una aproximación general e hipotética sobre lo que podríamos encontrarnos en nuestras aulas, por lo que es seguro que habrá grados de mayor o menor aceptación y decisión a la hora de actuar. Sin embargo, quiero retomar ahora la idea de que la mayoría de las maestras de lenguas extranjeras que decidieran leer este libro estarían, por fortuna, en el tercer grupo de la tipología de docentes que he hecho: precisamente el que mejor se podría ajustar a la realidad actual de nuestro sistema educativo por ser el que creo más numeroso, y, por lo tanto, el que será objeto de mis comentarios. El hecho supuesto de que estas docentes introdujeran cualquier tipo de cambio en sus prácticas de aula las acercaría cada vez más, entonces, al cuarto gran grupo de mi clasificación, el mejor profesionalizado a mi modo de ver.
4 comentarios
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